Se sorprendió a si mismo hurgando en cada uno de los recovecos de su cerebro en busca de los trenes que había cogido a lo largo de su vida, mientras permanecía tumbado con los ojos cerrados.
Primero recordó los absurdos problemas de distancia, velocidades y nombres de maquinistas que le hacían resolver cuando tenía trece años.
Rápidamente se trasladó a sus diecisiete y viajó en aquel tren hotel que le condujo a San Fernando a realizar el servicio militar, su primera aventura en solitario, lejos del calor de su pareja y su familia. Recordó todo aquel montaje absurdo, parecido a las películas españolas, imitaciones en serie B de los films norteamericanos. Afortunadamente pronto volvió a casa.
Como montado en la máquina del tiempo, avanzó diez años más y subió a un TALGO en el que fue y volvió hacia el norte durante varias veces, para de forma progresiva tender a cero, convirtiendo lo esporádico en definitivo, cambiando su hogar y quien sabe si en un futuro, su nacionalidad.
Inmediatamente después, avanzó nueve años más, y subió a otro tren, parecido a un avión y voló, esta vez con su familia, para acabar de completarla en el lejano cuerno de África, trayéndose de vuelta la mochila llena de sensaciones inolvidables.
De repente su cerebro se llenó de infinidad de viajes futuros, atravesando coloridos paisajes y sintiendo el sonido del viento mientras asomaba la cabeza por la ventanilla.
Pudo escuchar su nombre como un susurro a lo lejos, pronunciado por una suave voz con acento argentino, que le indicaba que ya había pasado la hora. A la vez que se ponía la chaqueta se despidió esbozando una sonrisa y lentamente salió de la consulta.
Caminando hacia el aparcamiento, reparó en que no pidió hora para el próximo mes, así como en que no había entendido la pregunta de los trenes, lo que produjo una sonora carcajada y la imperiosa necesidad de dar un salto hacia un lado para poder golpear entre si sus talones.